viernes, 18 de octubre de 2019

EL PLAN






EL PLAN
La mañana que descubrí que ya no quería volver a despertarme en brazos de la soledad, decidí descargarme esa nueva aplicación de la que hablaban todos en la oficina, en la que ligar dejaba de ser un imposible solo a la altura de los Brad Pitt de este mundo. Estas cosas, me insistían los usuarios habituales,  suelen resultar por lo menos divertidas, y por intentarlo solo iba a perder los diez minutos  que decían que se tardaba en hacer los trámites.  Una semana más tarde, que se me hizo eterna, para qué negarlo, recibí una notificación para una posible cita.
Los nervios, y la emoción, y la esperanza, y el miedo, y yo que sé qué más sensaciones, me aconsejaron esa misma noche que trazara un plan. Sí, algo simple, pero que funcionara. Indagué en los gustos de una mujer, la  que yo ya imaginaba de mi vida, y descubrí que le gustaban los animales Una foto con un perro, otra con un loro. Hasta los insectos, vestida de apicultora. Y las serpientes, al menos las boas, como la que lucía al cuello. Me puse manos, y pies, y cuerpo, y mente a la obra.
El día llegó por fin, y un viernes, precisamente el cuatro de octubre,  quedamos en una cafetería del centro.
Fue horrible. Desastroso. Un fracaso descomunal.
De nada sirvió que llevara las uñas tan negras como el sobaco de un grillo, y tan largas como las de un buitre,  ni que a través de mi camisa entreabierta pudiera ver el implante (falso) que me puse para parecer un oso.  Las barbas de chivo, ineficaces también. Lo de escupir puede que les funcione a las llamas, a mí, desde luego no.  Ni el olor a tigre por lavarme como los gatos desde el día que sabía que íbamos a vernos,  que lejos de atraerla, parecía alejarla tanto  como mi forma porcina de sorber la cerveza, o mis carcajadas de hiena.
 En la oficina no saben nada, igual que los camaleones me adapto al medio, copio las sonrisas de los triunfadores en eso del ligoteo, sus poses, sus  sonrisas. Y  en mi cama, me aovillo como los armadillo esperando que la soledad tenga memoria de pez y se olvide, al menos por una noche, de aferrarse a mi cuerpo como una lapa.




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